Queriendo yo un día
saber qué es la patria,
me dijo un anciano
que mucho la amaba:
La Patria se siente;
no tienen palabras
que claro la expliquen
las lenguas humanas.
Allí, donde todas
las cosas nos hablan
con voz que hasta el fondo
penetra del alma;
allí, donde empieza
la breve jornada
que al hombre en el mundo
los cielos señalan;
allí, donde el canto
materno arrullaba
la cuna que el Ángel
veló, de la guarda;
allí, donde en tierra
bendita y sagrada,
de abuelos y padres
los restos descansan;
allí, donde eleva
su techo la casa
de nuestros mayores...
allí está la Patria.
El valle profundo,
la enhiesta montaña
que vieron alegre
correr nuestra infancia;
las viejas ruinas
de tumbas y de aras,
que mantos hoy visten
de hiedra y de zarzas;
el árbol que frutos
y sombra nos daba,
al son armonioso
del ave y del aura;
recuerdos, amores,
tristeza, esperanzas,
que fuentes han sido
de gozos y lágrimas;
la imagen del templo,
la roca y la playa,
que ni años ni ausencias
del ánimo arrancan;
la voz conocida,
la joven que pasa,
la flor que has regado
y el campo que labras;
ya en dulce concierto,
ya en notas aisladas,
oirás que te dicen:
Aquí está la Patria.
El suelo que pisas
y ostenta las galas
del arte y la industria
de toda tu raza,
no es obra de un día
que el viento quebranta;
labor es de siglos
que el cielo consagra.
En él tuvo origen
la fe que te inflama;
en él tus afectos
más nobles se arraigan;
en él han escrito
buriles y hazañas,
pinceles y plumas,
arados y espadas,
ya anales sombríos,
ya historias que encantan,
y en rasgo indeleble
tu pueblo retratan.
Y en tanto a su vida
la tuya se enlaza,
cual se une a un árbol
al tronco la rama.
Por eso, presente
o en zonas lejanas,
do quiera contigo
va siempre la Patria.
No importa que al hombre
su tierra sea ingrata,
que peste y miseria
jamás de ella salgan;
que viles verdugos
la postren esclava,
rompiendo las leyes
más justas y santas;
que noches eternas
las brumas le traigan,
y nunca los astros
su luz deseada.
Pregunta al proscrito,
pregunta al que vaga
sin pan y sin techo
por tierras extrañas;
pregunta si pueden
jamás olvidarla,
si en sueño o vigilia
por ella no claman,
No existe a sus ojos,
más bella morada,
ni en campo ni en cielo
ninguna le iguala.
Quizá, unidos todos,
se digan mañana:
Mi Dios, es el tuyo;
mi Patria, tu Patria.
Ventura Ruiz de Aguilera (Salamanca, 1820 - Madrid, 1881
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